Soy catalana, de la ciudad condal concretamente, y cada vez que pasaba delante del Mercer Barcelona, un hotel de lujo situado en el corazón del barrio gótico de la ciudad, no podía parar de pensar y soñar en lo dulce y agradable que debía ser estar alojada en ese maravilloso edificio de gran valor arquitectónico ubicado en la calle Lledó y a tan sólo escasos metros de la Catedral y otros lugares de interés turístico. Debía ser efectivamente fabuloso verse en una habitación construida sobre una parte de la muralla romana de la antigua Barcino y rodeada por unos bonitos muebles de diseño de altísima calidad, lánguidamente tumbada sobre una cama de proporciones gigantescas, bebiendo champán francés y comiendo sabrosas fresas con nata montada… ¡Qué agradable debía ser dormir entre unas olorosas, blancas y suaves sábanas de seda cambiadas cada día!, sentirse –aunque sólo fuese por una noche o unas horas– como aquellas personas de sangre azul, como aquellos aristócratas o famosos adinerados para quienes gastarse en un día o en un minuto lo que a la gran mayoría de la gente le cuesta ganarse en varios días (¡por no decir meses o más tiempo!) no suponía nada, tan sólo un ridículo caprichillo de rico, lo que para el común de los mortales equivaldría a echarle una miserable monedilla de 5 céntimos de euro a un mendigo. Ay… ¡Cuánta injusticia! ¿Por qué no todo el mundo podía tener derecho a semejante trato y privilegios? Vivir una experiencia exclusiva y singular me atraía mucho aunque bien sabía yo que este tipo de aventura era para mí imposible debido a mis pobres recursos económicos. Se trataba, pues, de un sueño imposible, de una pura fantasía. Aunque, parece ser que nunca hay que decir: “de este agua nunca beberé” ni “este cura no es mi padre”…
Un sueño hecho realidad
Lo que para mí parecía ser un sueño inalcanzable, algo puramente quimérico, se transformó, sin embargo, en un acontecimiento de lo más real. A veces, dice el refrán popular que la realidad supera la ficción. Y así es… No obstante, todo lo que voy a narrar a continuación sucedió verdaderamente. ¡Os lo prometo! Os cuento… Una mañana, como otra de tantas, pasando delante del hotel me vi de pronto a un chiwawa que se le escapaba a su dueña, una muchacha rubia y joven que ponía cara de espanto, y que salió corriendo y ladrando como un loco tras un gato callejero que se encontraba en la acera de enfrente. Me paré de repente, visualicé la escena y, ni lerda ni perezosa, justo en el momento en el que el perro iba a travesar la calle y al mismo instante en el que llegaba un coche deportivo a toda velocidad, tuve el reflejo de poner el pie. Lo cual hizo que el animal perdiera el equilibrio y cayese. Me agache entonces para cogerlo. El coche frenó y las ruedas chirriaron… Se escuchó a la chica gritar antes de desmayarse. “¡Lo tengo! ¡Lo tengo! ¡Está bien!”, le dije yo al oído para que ella volviera en sí y se tranquilizara mientras yo acariciaba al inmundo perro que me enseñaba gruñendo sus feos dientes. La chica rubia abrió despacito los ojos y me sonrió agradecida. Lo que siguió, forma parte ya del cuento de hadas. A día de hoy, todavía me cuesta creer que todo ello sucedió… Pues, para darme las gracias de haber salvado a su mascota, la muchacha me ofreció dinero que yo, por supuesto, rehusé (¡pobre pero orgullosa y honrada!). Entonces ella, sonriente, me preguntó si podía hacer algo por mí porque su perro era la “persona” (que conste que no lo digo yo, ¡eh! ¡Así, lo dijo ella!) que más quería en el mundo. Y fue cuando se me encendió la luz: ¡una estancia de lujo en el Mercer Barcelona! Se lo dije avergonzada, pero la joven satisfecha de poder darme aquel gusto se dirigió al hombre que le acompañaba, el cual entró en el hotel para salir a los pocos minutos y confirmarle que todo estaba arreglado. Y así fue como pude yo, modesta cocinera catalana, dormir y disfrutar de una estancia extraordinaria en un hotel de lujo construido sobre una muralla romana con arcos medievales y frescos originales del siglo XII. Un maravilloso edificio ubicado a pocos metros de la Catedral, de las Ramblas, del Mercado de la Boquería, del Born, del Museo Picasso o del Paulau de la Música… Por ello, siempre hay que pensar que en la vida todo es posible y que los sueños, sueños son hasta que se vuelven realidad. ¡Por cierto! El otro día vi a la chica rubia en la tele con su perrote. Creo que debe ser famosa…